
¿Qué clase de confianza tengo en mis convicciones, que no quiero ponerlas a prueba?
Esta semana Eduardo comparte con nosotras cómo llegó al veganismo. Un proceso de búsqueda, de creencias aprendidas, de miedo a ponerlas a prueba. Porque cuestionar nuestras convicciones puede llevarnos, como a Eduardo, a descubrir que aquello que creemos axioma no es más que una falacia…
Hace dos años y medio (tenía 38 años), buscando conferencias interesantes en internet, vi un título entre los vídeos sugeridos que llamó mi atención. Lo abrí y me bastaron un par de minutos para decidir que el tema no me interesaba. Y luego me bastaron diez minutos para volver a ponerlo.
«Estoy seguro de que comer animales no es moralmente condenable. ¿Es que me da miedo escuchar como defienden lo contrario? ¿Qué clase de confianza tengo en mis convicciones, que no quiero ponerlas a prueba?»
De ese tipo eran los pensamientos que me habían estado incordiando tras quitar el vídeo en cuanto vi de qué iba.
Lo puse de nuevo, escuché con atención, atendí, y mis creencias al respecto fueron heridas de muerte. Siempre he rechazado matar a un animal para vestirse con su piel, para entretenerse… ¿Por qué para comérnoslo no? Esa era la pregunta que se quedó en mi cabeza tras escuchar la charla, para la que encontré un puñado de respuestas malas, y ninguna buena.
Al día siguiente miraba el filete en mi plato y no sólo veía comida, sino algo más, algo cruel. E igual con la leche, los huevos… Pasó un día, y otro, y otro, y la cosa no mejoraba, y mi búsqueda de una respuesta que lo justificase no daba buenos frutos.
Creo que tardé más o menos dos semanas en decirme que yo no podía comer eso, que no quería. El pescado lo mantuve un tiempo. Mi rechazo contra la crueldad hacia los animales no incluía en ese momento la muerte por sí misma, así que, quién sabe, quizá ese pez había vivido libre hasta el día en que lo pescaron. Pero sentía que me medio engañaba dejando a un lado las piscifactorías, y acabé diciéndoles también adiós.
Dejas de ver a los animales como ingredientes y los pensamientos y sentimientos evolucionan rápidamente, porque hay ideas que sólo estaban apoyadas en prejuicios que ya han desaparecido de tu mente, y sin ellos no tardan en desplomarse. «No como cerdos felices porque, en todo caso, sus madres no lo fueron, las someten a una vida miserable convirtiéndola en simples fábricas». Esa era mi respuesta, en los primeros días, a la pregunta sobre comer cerdos «felices». Y un día esa respuesta cambia, y la pregunta «¿Comerías animales felices?», la contestas con otra pregunta: «¿Pero cómo va esto entonces… cuanto más feliz es una vida menos condenable es acabar con ella? ¿¡Qué sinsentido es ese!? ¿Se aplica también a las personas?»
El tan famoso respeto por la vida y la libertad lo acabas viendo con otros ojos, y te asombras de haber excluido, sin ni siquiera preguntarte por qué, la vida y la libertad de los animales. Y te sientes muy satisfecho de corregir el error.
Eduardo
Aquí dejo ese instante en que hice la conexión, ese segundo en que decidí dejar de beneficiarme de la explotación animal: Por qué mi cabra es vegana. ¿Quieres compartir ese momento en que llegaste al veganismo? Envíame tu texto a info@micabravegana.es y estaré encantada de publicarlo.
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