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Por un 8 de marzo feminista y antiespecista

Por un 8 de marzo feminista y antiespecista

Hoy es 8 de marzo. Un día en que las mujeres exigimos los mismos derechos, las mismas garantías, que aquella otra mitad de la población. El derecho al mismo sueldo por el mismo trabajo, la garantía de no ser violadas de camino a casa. El derecho a decir no. La garantía de ser tratadas como un ser humano –durante muchísimo tiempo las mujeres no fueron consideradas seres humanos-. Hoy, y cada día, por un 8 de marzo feminista y antiespecista.

Por un 8 de marzo feminista y antiespecista

En 1910, durante el Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, Clara Zetkin propone que se estableciera el 8 de marzo como Día Internacional de las Mujeres, en homenaje a las compañeras que lucharon de forma organizada contra el sistema de explotación capitalista. En febrero de 1917 (calendario ortodoxo), las obreras textiles rusas conmemoraban su día al grito de “Pan, paz y libertad”. Tomaron el cielo por asalto. El resto es Historia.

Hoy, las mujeres que hemos hecho la conexión entre feminismo y antiespecismo, entre sexismo y especismo, que encontramos el mismo mecanismo de opresión hacia nosotras y hacia el resto de seres sintientes, reivindicamos un 8 de marzo feminista y antiespecista.

“Si nos tomamos en serio la Liberación Animal, debemos trabajar por la liberación de todos los animales, los humanos y los no-humanos. Si nos tomamos en serio el feminismo, debemos rechazar el especismo tanto como rechazamos el sexismo”. pattrice jones

Mujeres, niñas y niños, animales y la tierra han sido vistas en el transcurso de la historia como meras propiedades del hombre, autoproclamado cabeza de familia. Al igual que la tierra, mujeres, crianza y animales están desprovistos de intereses propios. Sus vidas dependen del estado de ánimo con que se levanta el hombre cada día. No obstante, las mujeres y los animales han sido considerados menos inteligentes e incluso desprovistos de inteligencia (considerando siempre inteligencia con los parámetros establecidos por los hombres).

Violencias especista y patriarcal

Y por esa construcción patriarcal de los binarios exclusivos y excluyentes, las mujeres y los animales han permanecido en la naturaleza, dejándose los hombres para ellos la cultura. De esta manera y mediante la objetivación, la ridiculización y el control de la reproducción, los hombres controlan y explotan a mujeres (¿quién decide si las mujeres tenemos o no derecho a abortar y cuándo?), y a los animales (controlando la reproducción de los animales no humanos queda garantizada la industria de la carne). Surge la necesidad de controlar a las hembras, a todas las hembras. A unas para asegurar la reproducción y convertirla en carne. A otras para asegurar su genealogía. Quien tiene poder, quiere genealogía. Y genealogía es poder, que diría Celia Amorós. Los hombres cis no pueden engendrar, gestar ni parir. El patriarcado es la consecución de ese poder, de arrebatar y hacerse con ese poder. Y utilizarlo, y exprimirlo. Obedecerás a tu marido que te dominará.

Tanto el especismo como el sexismo hunden sus raíces en el control por parte de los hombres de la reproducción de las hembras. La mayoría de los animales de granja son hembras y sufren doble explotación: por ser animales no humanos y por ser hembras. Son torturadas en contra de su voluntad, violadas, inseminadas artificialmente por los granjeros, sodomizadas. Se ven obligadas a dar a luz para que los granjeros se lleven a sus bebés y los utilicen como comida. Aguantan el dolor del secuestro y la búsqueda de sus criaturas desaparecidas. Son utilizadas por sus ovarios, por sus vaginas y por las secreciones de sus cuerpos. Y cuando sus órganos sexuales dejan de ser productivos, son enviadas al matadero cuando todavía son, en verdad, niñas. Lo mismo pasa con el turismo sexual. Hombres de países ricos viajan a países pobres para mantener relaciones sexuales con mujeres y niñas que, cuando dejan de servir, cuando están extenuadas, deshechas, las desaparecen. A nadie le importa. Son pobres. Nadie las echa de menos. Son vacas. Nadie las va a buscar. No tienen nombre.

Y cuando ya crees que has analizado todas las variables, te encuentras con aquellas mujeres que no abandonan a sus maridos terroristas porque en las casas de acogida no admiten animales no humanos. El terrorismo machista es el ogro del espacio doméstico. Es la manera en que los hombres ejercen su masculinidad ante el resto de habitantes del domicilio –la tierra-: mujeres, crianza y animales de compañía. ¿Recordáis cómo hemos comenzado el artículo? No. No son locos ni violentos. Son hijos sanos del patriarcado ejerciendo los que les han inculcado como sus derechos. El derecho sobre sus mujeres, el derecho sobre su crianza, el derecho sobre sus animales. Y en este derecho queda incluido ejercer cualquier tipo de violencia –verbal, física, sexual-, sobre los miembros considerados su propiedad. Desde insultos hasta la muerte.

La filósofa feminista Sandra Barky apuntó que «las feministas no ven cosas diferentes a las que ven los demás, ven las mismas cosas de manera diferente.»

por un 8 de marzo feminista y antiespecista

Referente ausente

Carol J. Adams introduce este concepto que funciona de la misma forma para referirnos a animales no humanos que a mujeres. En el caso de los animales, el objetivo es separar nuestro filete de la realidad: para que haya un filete en nuestro plato ha muerto, han muerto, un ser que quería vivir. Y si sólo lo hubiesen muerto… Para que ese filete de carroña en descomposición ocupe nuestro plato han tenido que embarazar a una hembra por la fuerza. Una hembra que ha nacido de otra violación, por cierto. La han obligado a gestar y parir. Han secuestrado a su bebé. Lo han inmovilizado para que su carne se mantenga tierna. Lo han asesinado. Lo han descuartizado. Lo han hecho filetes. Y ahora tú disfrutas de esa violación, de ese secuestro y de ese bebé descuartizado. Luego también disfrutarás del asesinato de esa madre, cuando su cuerpo no de más de sí y no soporte más embarazos. Pero sólo vemos el filete, un algo. Nunca vemos un alguien. Hasta que abrimos los ojos.

Con las mujeres y otros grupos oprimidos sucede lo mismo. Es el mismo mecanismo de despersonalización. A las mujeres se nos cosifica, se nos convierte en algo. Tras esas piernas, esos pechos, esa boca abierta de forma sugerente, hay un alguien. Las cosas no merecen respeto. Son cosas. Y entonces se establecen los cimientos de la cultura de la violación.

Pero todo sistema de opresión requiere violencia, en mayor o menor medida y de forma más o menos velada. Todo depende del momento histórico y de la correlación de fuerzas. El sistema de opresión perfecto es aquel en que no se siente la violencia. Es aquel en que está normalizada. Es aquel en que a las voces disidentes se las llama exageradas, extremistas, radicales, irrespetuosas… Os suena, ¿verdad? Feminazis, radicales veganas…

La violencia implica cosificación, fragmentación y consumo. La cosificación u objetualización conlleva subordinación. Y la subordinación abre la puerta al abuso. Individuos siendo vistos como cosas, como objetos de consumo. Individuos fragmentados: un escote, esa boca sugerente, la pata de jamón. Consumo, tanto de animales no humanos que llenan frigoríficos y platos, como de mujeres: prostitución, violación –para el violador se trata de un ejercicio de poder, no es sexo-, terrorismo machista.

“Quien es feminista y no es de izquierdas, carece de estrategia. Quien es de izquierdas y no es feminista, carece de profundidad.” Rosa Luxemburgo. Quien es feminista y no es antiespecista, añado, carece de perspectiva.

Especismo y patriarcado son dominación

Y aquí es donde Carol J. Adams y su The Sexual Politics of Meat encienden la luz y la deja encendida para siempre. Quien no quiera abrir los ojos es ya porque no quiere.

“El género no trata de la diferencia, es relativo a la dominación. La manera en la que el género está estructurado dentro de nuestro mundo -el modo en que los varones tienen poder sobre las mujeres- está relacionado con cómo vemos a los animales, especialmente a los animales que consumimos.”

Luego el carnismo no es el sistema de las mujeres, no tenemos nada que ver aquí. ¿Por qué perpetuarlo nosotras, precisamente nosotras? -Paren el tren que me bajo-. La política sexual de la carne pone de manifiesto que aquellos a quienes comemos o usamos, lo determina la política patriarcal de nuestra cultura y que el significado del consumo de carne está ligado al concepto de virilidad. La política de género, política de dominación, de quién domina a quien, se relaciona con la forma en que vemos a los animales no humanos, en especial a los que esa determinada cultura patriarcal establece para el consumo. Para su consumo. Por lo tanto, el patriarcado como sistema de género queda implícito en las relaciones entre animales no humanos y animales humanos. El patriarcado como sistema de género lo ocupa todo. ¿Cómo las feministas podemos tan siquiera pensar hacer el juego a semejante aberración? ¿Cómo llamarnos feministas a la vez que formamos parte activa del mismo sistema –de opresión- patriarcal? ¿Cómo feministas si defendemos y nos beneficiamos del mismo sistema contra el que luchamos?

La masculinidad se construye en oposición a lo que esa misma masculinidad determina qué es lo femenino. La construcción del género incluye lo que es apropiado y lo que no, abarcando la comida. Para ser un hombre de verdad hay que hacer y hay que dejar de hacer, es una cuestión de simbolismo y privilegios. En nuestra cultura la masculinidad se construye, entre otras, por el control de otros cuerpos y el acceso al consumo de carne. ¿Cuántas veces hemos oído que necesitamos comer carne? Ahora el consumo de carne se asocia a la masculinidad: fuerza física y sexual, vigor, virilidad, acción, dominación, poder… Todos atributos que construyen la masculinidad tradicional. La carne da fuerza, y la fuerza da poder. ¿Quiénes tenían acceso a grandes cantidades de carne? Las clases altas. Y en un sistema sexista donde existen privilegios por razón de sexo, la carne se reserva a quien ostenta el privilegio. ¿Cuántas veces al servir se ha dejado el filete más grande al hombre –a los hombres- de la familia? Porque sí, porque es así, porque siempre ha sido así.

El feminismo, por coherencia, debe incluir la lucha antiespecista

Como feministas debemos abordar, analizar e interpretar el especismo como una forma igual de injusta que el sexismo que discrimina a individuos con intereses propios y con capacidad de sentir y disfrutar. Debemos luchar no contra la percepción de las mujeres como animales –zorras, gallinas, cerdas, vacas…-, sino contra la cosificación y mercantilización de seres que son moralmente considerables. La lucha por la igualdad feminista debe ser antiespecista.

La pertenencia a una determinada especie, al igual que a un sexo determinado, no condiciona nuestra capacidad de sentir, de sufrir, de sentir felicidad, por lo que participar del actual sistema de cosas resulta injusto e innecesario. Y anormal. Además de hacer el juego al mismo sistema contra el que luchamos, que nos explota y cosifica. Que nos asesina. Oponernos a una discriminación debe posicionarnos de manera automática en contra de cualquier tipo de discriminación. Si buscamos la igualdad, debemos favorecer a quienes se encuentran peor. En este caso, los animales no humanos.

Por un 8 de marzo feminista y antiespecista. Nos vemos en las calles.

*A todas las mujeres que me han ayudado a escribir este artículo.

Texto publicado el 8 de marzo de 2016.

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